"TU ERES PEDRO Y SOBRE ESTA PIEDRA EDIFICARE MI IGLESIA." Mt. 16, 13:20

miércoles, 17 de julio de 2019

María, en la ortodoxia

Católicos y ortodoxos tienen en común la veneración a María. Pero esta veneración tiene acentos distintos. El dogma de la Inmaculada Concepción es ajeno a la  ortodoxia. Por Isabelle de Gaulmyn. 

No hay dogma entre los ortodoxos
La Iglesia ortodoxa no tiene dogmas sobre María. El dogma romano concerniente a la Inmaculada Concepción es totalmente ajeno a la ortodoxia, como también es ajena la idea de transmisión del pecado original por el acto sexual, en referencia a San Agustín.
Los ortodoxos no tenemos dogma sobre la Asunción. Preferimos hablar de Dormición, para insistir sobre el carácter humano de la muerte de María, aunque afirmamos que dicha muerte coincide con su glorificación por parte de su Hijo. Desde el punto de vista dogmático, en lo que respecta a María, Madre de Dios (Théotokos), la Iglesia ortodoxa se ciñe a la definición dada por el concilio de Éfeso (431). 
María, inseparable de la Encarnación
Se trata, por lo tanto, fundamentalmente de un dogma cristológico: María es Madre del Hijo de Dios hecho hombre en la única persona en la que la naturaleza humana y la naturaleza divina son inseparables. En la liturgia, la veneración en relación a María se expresa en la oración que viene directamente después de la epíclesis (invocación del Espíritu Santo) : «Más venerable que los Querubines y más gloriosa que los Serafines, oh Virgen que engendraste el Verbo de Dios, tú eres verdaderamente la Madre de Dios: nosotros proclamamos tu grandeza». 
La veneración a María se inscribe, por lo tanto, en un misterio inefable, como la encarnación, al que está vinculado. Sin duda, esto es lo que caracteriza la actitud ortodoxa en comparación con un enfoque más racional de Occidente, que sintió la necesidad de formular dogmas. El misterio de María es inseparable del misterio de la encarnación.
María, figura de la humanidad
Al mismo tiempo, María es una luz que ilumina el destino de la humanidad. Es la figura de la humanidad que participa en la acción salvadora de Dios. De hecho, María representa la libertad humana. En María, no contemplo ni a la mujer ideal, ni a una divinidad femenina compasiva al lado de un Dios masculino implacable.
María encarna la humanidad que acoge la Palabra de Dios, según la sinergía de la libertad humana y de la gracia divina. Insisto sobre la libertad: esta mujer, esta humana de la que el Dios transcendente quiso tener necesidad para llevar a cabo su plan de amor no es, entre sus manos, un instrumento pasivo.
Su obediencia, su «Fiat», es el de una mujer libre, inspirada por una fe total, tal como expresó muy bien Nicolas Cabasilas, un gran teólogo y filósofo espiritual bizantino del siglo XIV: «Cuando Dios decidió introducir en el mundo a su hijo primogénito para renovar a la humanidad, haciendo de él un segundo Adán, hizo que la Virgen participara en su plan. Dios pronuncia esta importante decisión y la Virgen la ratifica. La encarnación del Verbo no fue sólo obra del Padre, de su Virtud y de su Espíritu. Fue también obra de la voluntad y de la fe de la Virgen». 
María, modelo del verdadero discípulo
María participa en el misterio divino con todo su ser, cuerpo, alma e inteligencia. De hecho, demasiado a menudo se exalta la maternidad física, privando a los hombres de la riqueza simbólica que María les ofrece. Ahora bien, todos nosotros, hombres y mujeres, estamos llamados a alumbrar a Cristo. 
María es el modelo del verdadero discípulo, que acepta la Palabra de Dios, adhiriéndose y sometiéndose de todo corazón.
En el evangelio de Juan, el grupo, a los pies de la cruz, formado por María y «el discípulo que Jesús amaba», representa a la Iglesia: es el conjunto de creyentes que Jesús confía a su madre, a la que le pide que los acoja. María representa, así, a la humanidad, aunque ella, como persona, tiene un papel único en la historia de la Salvación.
Todos somos llamados a acoger
A nivel simbólico, María es la anticipación del «Hombre nuevo». «Los hombres son hombres, pero el Hombre es una mujer», dijo el escritor inglés G. K. Chesterton, citado por Kallistos Ware, teólogo ortodoxo. Hombres y mujeres: todos estamos llamados a tener esta actitud de acogida, de apertura al otro y de don del que, según el simbolismo bíblico, la esposa y la amada son la figura.
Recogido por Isabelle de Gaulmyn

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