«Soy todo tuyo Oh María, y todo cuanto tengo, tuyo es».
(San Luis María Griñón de Monfort).

Josué Cabañas Morales
Estimados Hermanos en Cristo, uno de los grandes íconos de la Iglesia es María Santísima es por eso que voy hablarles del amor que nosotros los católicos tenemos hacia María, madre de nuestro Señor Jesucristo.
En primer momento podemos contemplar cómo María ha sido una mujer que ha roto todos los moldes, ya que millones de personas acuden a sus santuarios y miles de creyentes se sienten protegidos, pues viven en profunda comunión con ella. Muchos pensadores han reflexionado sobre su figura y artistas de todas las épocas han representado su venerada imagen.
Sin embargo, muchas veces escuchamos decir que los católicos adoramos a la Virgen María, y es que algunos no alcanzan a entender el porqué rezamos frente a sus imágenes.
Tenemos que distinguir que la adoración, también conocida como «latría», debe ser rendida únicamente a Dios por ser Señor de todo lo creado, ya que Adorar a Dios, es reconocer, en el respeto y la sumisión absoluta, la “nada de la criatura”, que sólo existe por Dios. Es alabarlo, exaltarle y humillarse a sí mismo, como hace María en el Magníficat, confesando con gratitud que Él ha hecho grandes cosas y que su nombre es santo. (Lc 1,46-49) Y la veneración destinada a la Virgen María «hiperdulía», y a los santos «dulía», no tiene como fin a ellos mismos sino a Dios.
Por tanto, el amor hacia María es por las siguientes cuestiones
(1) Es la madre de Jesucristo: «Y Jacob engendró a José, el esposo de María, de la que nació Jesús, llamado Cristo». (Mt 1, 16) Gracias a su gran Sí y a su total confianza en la voluntad de Dios, tenemos a nuestro Salvador Jesucristo, a través de quien todos podemos llegar al Padre.
(2) Es madre nuestra: «Mujer, ahí tienes a tu hijo… ahí tienes a tu madre». (Jn 19, 26-27) Jesús nos deja a María como nuestra madre y siendo Juan el modelo de todo discípulo nos enseña que quien acoge a Jesús, debe acoger también a su Madre.
(3) Es bendita entre todas las mujeres: «Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno». (Lc 1, 42) Si Dios mismo mediante santa Isabel la llama «bendita», ¿cómo no hacerlo también nosotros? Una manera de demostrarle nuestro amor y agradecimiento, es rezando con esas mismas palabras el Ave María.
(4) Es la bienaventurada de generación en generación: Como respuesta al saludo de Isabel, María responde: «Por eso desde ahora en adelante todas las generaciones me llamaran bienaventurada» (Lc 1, 48). Las numerosas devociones marianas que hay en el mundo son una muestra de que se ha cumplido lo dicho por nuestra madre María.
(5) Es mediadora ante su Hijo Jesucristo: En las bodas de Caná ocurre que, faltando el vino, la madre de Jesús le dijo: «No tienen vino» (Jn 2, 3). Este sencillo gesto nos demuestra que María siempre está atenta a nuestras necesidades e intercede por nosotros ante Jesús.
(6) María nos conduce a Dios: Aunque María sea la más excelsa entre todas las criaturas, una verdadera devoción mariana no debe quedarse en ella, sino que debe conducirnos a su Hijo Jesucristo. Como nuestra Madre quiere el mayor bien para nosotros, sus hijos, es por eso que nos dice: «Haced lo que Él os diga» (Jn 2,5).
Hermanos, amemos a nuestra Madre santísima, y démosle las gracias por tan grande regalo que nos concedió, el darnos a su propio hijo, nuestro Señor Jesucristo.
Pido a Dios por intercesión de nuestra Madre, refugio de pecadores que nos proteja y derrame su bendición.