"TU ERES PEDRO Y SOBRE ESTA PIEDRA EDIFICARE MI IGLESIA." Mt. 16, 13:20

sábado, 4 de abril de 2020

Homilía de Hoy 05 de Abril Domingo de Ramos

 Hecho obediente hasta la muerte 

Evangelio de hoy y lecturas

Primera lectura

Lectura del libro de Isaías 50, 4-7

El Señor Dios me ha dado una lengua de discípulo;
para saber decir al abatido una palabra de aliento.
Cada mañana me espabila el oído,
para que escuche como los discípulos.
El Señor Dios me abrió el oído;
yo no resistí ni me eché atrás.
Ofrecí la espalda a los que me golpeaban,
las mejillas a los que mesaban mi barba;
no escondí el rostro ante ultrajes y salivazos.
El Señor Dios me ayuda,
por eso no sentía los ultrajes;
por eso endurecí el rostro como pedernal,
sabiendo que no quedaría defraudado.

Salmo

Sal 21, 8-9. 17-18a. 19-20. 23-24 R/. Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?

Al verme, se burlan de mí,
hacen visajes, menean la cabeza:
«Acudió al Señor, que lo ponga a salvo;
que lo libre si tanto lo quiere». R/.

Me acorrala una jauría de mastines,
me cerca una banda de malhechores;
me taladran las manos y los pies,
puedo contar mis huesos. R/.

Se reparten mi ropa,
echan a suerte mi túnica.
Pero tú, Señor, no te quedes lejos;
fuerza mía, ven corriendo a ayudarme. R/.

Contaré tu fama a mis hermanos,
en medio de la asamblea te alabaré.
«Los que teméis al Señor, alabadlo;
linaje de Jacob, glorificadlo;
temedlo, linaje de Israel». R/.

Segunda lectura

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Filipenses 2, 6-11

Cristo Jesús, siendo de condición divina,
no retuvo ávidamente el ser igual a Dios;
al contrario, se despojó de sí mismo
tomando la condición de esclavo,
hecho semejante a los hombres.
Y así, reconocido como hombre por su presencia,
se humilló a sí mismo,
hecho obediente hasta la muerte,
y una muerte de cruz.
Por eso Dios lo exaltó sobre todo
y le concedió el Nombre-sobre-todo-nombre;
de modo que al nombre de Jesús
toda rodilla se doble
en el cielo, en la tierra, en el abismo,
y toda lengua proclame:
Jesucristo es Señor,
para gloria de Dios Padre.

Evangelio del día

Pasión de nuestro Señor Jesucristo según San Mateo 26, 14 – 27, 66

C. En aquel tiempo, uno de los Doce, llamado Judas Iscariote, fue a los sumos sacerdotes y les propuso:
S. «¿Qué estáis dispuestos a darme si os lo entrego?».
C. Ellos se ajustaron con él en treinta monedas de plata. Y desde entonces andaba buscando ocasión propicia para entregarlo.
C. El primer día de los Ácimos se acercaron los discípulos a Jesús y le preguntaron:
S. ¿Dónde quieres que te preparemos la cena de Pascua?».
C. Él contestó:
+ «Id a la ciudad, a casa de quien vosotros sabéis, y decidle: “El Maestro dice: mi hora está cerca; voy a celebrar la Pascua en tu casa con mis discípulos”».
C. Los discípulos cumplieron las instrucciones de Jesús y prepararon la Pascua.
C. Al atardecer se puso a la mesa con los Doce. Mientras comían dijo:
+ «En verdad os digo que uno de vosotros me va a entregar».
C. Ellos muy entristecidos, se pusieron a preguntarle uno tras otro
S. «¿Soy yo acaso, Señor?».
C. Él respondió:
+ «El que ha metido conmigo la mano en la fuente, ese me va a entregar. El Hijo del hombre se va como está escrito de él; pero, ¡ay de aquel por quien el Hijo del hombre es entregado!, ¡más le valdría a ese hombre no haber nacido!».
C. Entonces preguntó Judas, el que lo iba a entregar:
S. «¿Soy yo acaso, Maestro?».
C. Él respondió:
+ «Tú lo has dicho».
C. Mientras comían, Jesús tomó pan y, después de pronunciar la bendición, lo partió, lo dio a los discípulos y les dijo:
+ «Tomad, comed: esto es mi cuerpo».
C. Después tomó el cáliz, pronunció la acción de gracias y dijo:
+ «Bebed todos; porque esta es mi sangre de la alianza, que es derramada por muchos para el perdón de los pecados. Y os digo que desde ahora ya no beberé del fruto de la vid hasta el día que beba con vosotros el vino nuevo en el reino de mi Padre».
C. Después de cantar el himno salieron para el monte de los Olivos.
C. Entonces Jesús les dijo:
+ «Esta noche os vais a escandalizar todos por mi causa, por- que está escrito: “Heriré al pastor, y se dispersarán las ovejas del rebaño”. Pero cuando resucite, iré delante de vosotros a Galilea».
C. Pedro replicó:
S. «Aunque todos caigan por tu causa, yo jamás caeré».
C. Jesús le dijo:
+ «En verdad te digo que esta noche, antes de que el gallo cante, me negarás tres veces».
C. Pedro le replicó:
S. «Aunque tenga que morir contigo, no te negaré».
C. Y lo mismo decían los demás discípulos.
C. Entonces Jesús fue con ellos a un huerto, llamado Getsemaní, y dijo a los discípulos:
+ «Sentaos aquí, mientras voy allá a orar».
C. Y llevándose a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo, empezó a sentir tristeza y angustia.
Entonces les dijo:
+ «Mi alma está triste hasta la muerte; quedaos aquí y velad conmigo».
C. Y adelantándose un poco cayó rostro en tierra y oraba diciendo:
+ «Padre mío, si es posible, que pase de mí este cáliz. Pero no se haga como yo quiero, sino como quieres tú».
C. Y volvió a los discípulos y los encontró dormidos. Dijo a Pedro:
+ «¿No habéis podido velar una hora conmigo? Velad y orad para no caer en la tentación, pues el espíritu está pronto, pero la carne es débil».
C. De nuevo se apartó por segunda vez y oraba diciendo:
+ «Padre mío, si este cáliz no puede pasar sin que yo lo beba, hágase tu voluntad».
C. Y viniendo otra vez, los encontró dormidos, porque sus ojos se cerraban de sueño. Dejándolos de nuevo, por tercera vez oraba repitiendo las mismas palabras.
Volvió a los discípulos, los encontró dormidos y les dijo:
+ «Ya podéis dormir y descansar. Mirad, está cerca la hora y el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los pecadores. ¡Levantaos, vamos! Ya está cerca el que me entrega».
C. Todavía estaba hablando, cuando apareció Judas, uno de los Doce, acompañado de un tropel de gente, con espadas y palos, enviado por los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo. El traidor les había dado esta contraseña:
S. «Al que yo bese, ese es: prendedlo».
C. Después se acercó a Jesús y le dijo:
S. «¡Salve, Maestro!».
C. Y lo besó. Pero Jesús le contestó:
+ «Amigo, ¿a qué vienes?».
C. Entonces se acercaron a Jesús y le echaron mano y lo prendieron. Uno de los que estaban con él agarró la espada, la desenvainó y de un tajo le cortó la oreja al criado del sumo sacerdote.
Jesús le dijo:
+ «Envaina la espada; que todos los que empuñan espada, a espada morirán. ¿Piensas tú que no puedo acudir a mi Padre? Él me mandaría enseguida más de doce legiones de ángeles. ¿Cómo se cumplirían entonces las Escrituras que dicen que esto tiene que pasar?».
C. Entonces dijo Jesús a la gente:
+ «¿Habéis salido a prenderme con espadas y palos como si fuera un bandido? A diario me sentaba en el templo a enseñar y, sin embargo, no me prendisteis. Pero todo esto ha sucedido para que se cumplieran las Escrituras de los profetas».
C. En aquel momento todos los discípulos lo abandonaron y huyeron.
C. Los que prendieron a Jesús lo condujeron a casa de Caifás, el sumo sacerdote, donde se habían reunido los escribas y los ancianos. Pedro lo seguía de lejos hasta el palacio del sumo sacerdote y, entrando dentro, se sentó con los criados para ver cómo terminaba aquello.
Los sumos sacerdotes y el Sanedrín en pleno buscaban un falso testimonio contra Jesús para condenarlo a muerte y no lo encontraban, a pesar de los muchos falsos testigos que comparecían. Finalmente, comparecieron dos que declararon:
S. «Este ha dicho: “Puedo destruir el templo de Dios y reconstruirlo en tres días”».
C. El sumo sacerdote se puso en pie y le dijo:
S. ¿No tienes nada que responder? ¿Qué son estos cargos que presentan contra ti?».
C. Pero Jesús callaba. Y el sumo sacerdote le dijo:
S. «Te conjuro por el Dios vivo a que nos digas si tú eres el Mesías, el Hijo de Dios».
C. Jesús le respondió:
+ «Tú lo has dicho. Más aún, yo os digo: desde ahora veréis al Hijo del hombre sentado a la derecha del Poder y que viene sobre las nubes del cielo».
C. Entonces el sumo sacerdote rasgó sus vestiduras diciendo:
S. «Ha blasfemado. ¿Qué necesidad tenemos ya de testigos? Acabáis de oír la blasfemia. ¿Qué decidís?».
C. Y ellos contestaron:
S. «Es reo de muerte».
C. Entonces le escupieron a la cara y lo abofetearon; otros lo golpearon diciendo:
S. «Haz de profeta, Mesías; dinos quién te ha pegado».
C. Pedro estaba sentado fuera en el patio y se le acercó una criada y le dijo:
S. «También tú estabas con Jesús el Galileo».
C. Él lo negó delante de todos diciendo:
S. «No sé qué quieres decir».
C. Y al salir al portal lo vio otra y dijo a los que estaban allí:
S. «Este estaba con Jesús el Nazareno».
C. Otra vez negó él con juramento:
S. «No conozco a ese hombre».
C. Poco después se acercaron los que estaban allí y dijeron a Pedro:
S. «Seguro; tú también eres de ellos, tu acento te delata».
C. Entonces él se puso a echar maldiciones y a jurar diciendo:
S. «No conozco a ese hombre».
C. Y enseguida cantó un gallo. Pedro se acordó de aquellas palabras de Jesús: «Antes de que cante el gallo me negarás tres veces». Y saliendo afuera, lloró amargamente.
C. Al hacerse de día, todos los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo se reunieron para preparar la condena a muerte de Jesús. Y, atándolo, lo llevaron y lo entregaron a Pilato, el gobernador.
C. Entonces Judas, el traidor, viendo que lo habían condenado, se arrepintió y devolvió las treinta monedas de plata a los sumos sacerdotes y ancianos diciendo:
S. «He pecado entregando sangre inocente».
C. Pero ellos dijeron:
S. «¿A nosotros qué? ¡Allá tú!».
C. Él, arrojando las monedas de plata en el templo, se marchó; y fue y se ahorcó. Los sacerdotes, recogiendo las monedas de plata, dijeron:
S. «No es lícito echarlas en el arca de las ofrendas, porque son precio de sangre».
C. Y, después de discutirlo, compraron con ellas el Campo del Alfarero para cementerio de forasteros. Por eso aquel campo se llama todavía «Campo de Sangre». Así se cumplió lo dicho por medio del profeta Jeremías:
«Y tomaron las treinta monedas de plata, el precio de uno que fue tasado, según la tasa de los hijos de Israel, y pagaron con ellas el Campo del Alfarero, como me lo había ordenado el Señor».
C. Jesús fue llevado ante el gobernador, y el gobernador le preguntó:
S. «¿Eres tú el rey de los judíos?».
C. Jesús respondió:
+ «Tú lo dices».
C. Y, mientras lo acusaban, los sumos sacerdotes y los ancianos no contestaba nada. Entonces Pilato le preguntó:
S. «¿No oyes cuántos cargos presentan contra ti?».
C. Como no contestaba a ninguna pregunta, el gobernador estaba muy extrañado. Por la fiesta, el gobernador solía liberar un preso, el que la gente quisiera. Tenía entonces un preso famoso, llamado Barrabás. Cuando la gente acudió, dijo Pilato:
S. «¿A quién queréis que os suelte, a Barrabás o a Jesús, a quien llaman el Mesías?».
C. Pues sabía que se lo habían entregado por envidia, Y, mientras estaba sentado en el tribunal, su mujer le mandó a decir:
S. «No te metas con ese justo porque esta noche he sufrido mucho soñando con él».
C. Pero los sumos sacerdotes y los ancianos convencieron a la gente para que pidieran la libertad de Barrabás y la muerte de Jesús.
El gobernador preguntó:
S. «¿A cuál de los dos queréis que os suelte?».
C. Ellos dijeron:
S. «A Barrabás».
C. Pilato les preguntó:
S. ¿Y qué hago con Jesús, llamado el Mesías?».
C. Contestaron todos:
S. «Sea crucificado».
C. Pilato insistió:
S. «Pues, ¿qué mal ha hecho?».
C. Pero ellos gritaban más fuerte:
S. «¡Sea crucificado!».
C. Al ver Pilato que todo era inútil y que, al contrario, se estaba formando un tumulto, tomó agua y se lavó las manos ante la gente, diciendo:
S. «¡Soy inocente de esta sangre. Allá vosotros!».
C. Todo el pueblo contestó:
S. «¡Caiga su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos!».
C. Entonces les soltó a Barrabás; y a Jesús, después de azotarlo, lo entregó para que lo crucificaran.
C. Entonces los soldados del gobernador se llevaron a Jesús al pretorio y reunieron alrededor de él a toda la cohorte: lo desnudaron y le pusieron un manto de color púrpura y, trenzando una corona de espinas, se la ciñeron a la cabeza y le pusieron una caña en la mano derecha. Y, doblando ante él la rodilla, se burlaban de él diciendo:
S. «¡Salve, rey de los judíos!».
C. Luego le escupían, le quitaban la caña y le golpeaban con ella la cabeza. Y, terminada la burla, le quitaron el manto, le pusieron su ropa y lo llevaron a crucificar.
C. Al salir, encontraron a un hombre de Cirene, llamado Simón, y lo forzaron a llevar su cruz.
Cuando llegaron al lugar llamado Gólgota (que quiere decir lugar de «la Calavera»), le dieron a beber vino mezclado con hiel; él lo probó, pero no quiso beberlo. Después de crucificarlo, se repartieron su ropa echándola a suertes y luego se sentaron a custodiarlo. Encima de la cabeza colocaron un letrero con la acusación: «Este es Jesús, el rey de los judíos».
Crucificaron con él a dos bandidos, uno a la derecha y otro a la izquierda.
C. Los que pasaban, lo injuriaban, y, meneando la cabeza, decían:
S. «Tú que destruyes el templo y lo reconstruyes en tres días, sálvate a ti mismo; si eres Hijo de Dios, baja de la cruz».
C. Igualmente los sumos sacerdotes con los escribas y los ancianos se burlaban también diciendo:
S. «A otros ha salvado y él no se puede salvar. ¡Es el Rey de Israel!, que baje ahora de la cruz y le creeremos. Confió en Dios, que lo libre si es que lo ama, pues dijo: «Soy Hijo de Dios”».
C. De la misma manera los bandidos que estaban crucificados con él lo insultaban.
C. Desde la hora sexta hasta la hora nona vinieron tinieblas sobre toda la tierra. A la hora nona, Jesús gritó con voz potente:
+ «Elí, Elí, lemá sabaqtaní?».
C. (Es decir:
+ «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?»).
C. Al oírlo algunos de los que estaban allí dijeron:
S. «Está llamando a Elías».
C. Enseguida uno de ellos fue corriendo, cogió una esponja empapada en vinagre y, sujetándola en una caña, le dio de beber.
Los demás decían:
S. «Déjadlo, a ver si viene Elías a salvarlo».
C. Jesús, gritando de nuevo con voz potente, exhaló el espíritu.

Todos se arrodillan, y se hace una pausa.
C. Entonces el velo del templo se rasgó en dos de arriba abajo; la tierra tembló, las rocas se resquebrajaron, las tumbas se abrieron y muchos cuerpos de santos que habían muerto resucitaron y, saliendo de las tumbas después que él resucitó, entraron en la ciudad santa y se aparecieron a muchos.
El centurión y sus hombres, que custodiaban a Jesús, al ver el terremoto y lo que pasaba, dijeron aterrorizados:
S. «Verdaderamente este era Hijo de Dios».
C. Había allí muchas mujeres que miraban desde lejos, aquellas que habían seguido a Jesús desde Galilea para servirlo; entre ellas, María la Magdalena y María, la madre de Santiago y José, y la madre de los hijos de Zebedeo.
C. Al anochecer llegó un hombre rico de Arimatea, llamado José, que era también discípulo de Jesús. Este acudió a Pilato a pedirle el cuerpo de Jesús. Y Pilato mandó que se lo entregaran. José, tomando el cuerpo de Jesús, lo envolvió en una sábana limpia, lo puso en su sepulcro nuevo que se había excavado en la roca, rodó una piedra grande a la entrada del sepulcro y se marchó. María la Magdalena y la otra María se quedaron allí sentadas enfrente del sepulcro.
C. A la mañana siguiente, pasado el día de la Preparación, acudieron en grupo los sumos sacerdotes y los fariseos a Pilato y le dijeron:
S. «Señor, nos hemos acordado de que aquel impostor estando en vida anunció: «A los tres días resucitaré”. Por eso ordena que vigilen el sepulcro hasta el tercer día, no sea que vayan sus discípulos, se lleven el cuerpo y digan al pueblo:
“Ha resucitado de entre los muertos”. La última impostura sería peor que la primera».
C. Pilato contestó:
S. «Ahí tenéis la guardia: id vosotros y asegurad la vigilancia como sabéis».
C. Ellos aseguraron el sepulcro, sellando la piedra y colocando la guardia.


Pautas para la homilía

Confiar en Dios en medio de la pruebas de la vida

La primera lectura de este domingo está tomada de los llamados cantos del Siervo de Yahvé que se encuentra en el libro del profeta Isaías. Con estos cantos el profeta pretendía alentar al pueblo elegido que estaba en el exilio para que no cayera en la desesperación. Y le recuera que también en esa situación difícil sigue siendo el Siervo de Dios, y que el Señor sigue contando con él para llevar a cabo su obra de salvación en el mundo. Dios sigue alimentado a Israel con su Palabra cada mañana, aunque eso ni le ahorra la persecución que sufre a causa de su fe.
Isaías describe muy bien la relación que el Siervo mantiene con Dios: es una relación marcada por la «escucha» de la Palabra de Dios. En la Biblia escuchar es lo mismo que confiar. Confiar en Dios conduce a abandonarse serenamente a su voluntad, porque se sabe por experiencia que esa voluntad solo puede ser buena. Dios no puede querer nada malo para sus hijos. San Pablo dirá que en todas las cosa interviene Dios para bien de los que le aman, es decir, para bien de los que confían en él. También de las pruebas de la vida Dios hace surgir el bien. En cambio, la desconfianza lleva a dudar de sus intenciones, a rebelarse ante las pruebas, a creer que nos ha abandonado o incluso a pensar que el Señor encuentra cierta satisfacción en nuestros sufrimientos.
Confiar en Dios es ya de entrada un don suyo. Lo propio del creyente es reconocer que en definitiva todo es don.
De esta confianza nace la audacia para entregarse al servicio de los demás y la resistencia en las pruebas.
Aunque el profeta Isaías no estaba pensando en Jesús cuando escribió este texto, sin embargo, nadie como Jesús cumplió estas palabras. Pues él ofreció su espalda a los que le golpeaban, su mejilla a los que mesaban su barba. No ocultó su rostro a los insultos y salivazos. Y ofreció su rostro como pedernal. Estas últimas palabras expresan su resolución firme y voluntaria de llevar hasta el final su misión, confiando de forma inquebrantable en la ayuda del Padre. Jesús sabía que el Padre le ayudaba; por eso no quedó confundido ni avergonzado.
Los primeros cristianos supieron ver en este pasaje de Isaías una profecía de la Pasión del Señor.

"Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?"

El Salmo 22 comienza por este grito desgarrador ante el silencio de Dios en el momento de la angustia, que sacado de su contexto se puede entender al revés. Para comprenderlo bien hay que leer el Salmo entero. En él se expresa en primer lugar la situación del pueblo elegido en el exilio de Babilonia. Israel experimentó el exilio como una condena a muerte. El Salmo lo describe como a un crucificado del que se burlan los viandantes riéndose de su confianza en Dios, que ahora parece no haberle servido de nada; crucificado al que le han taladrado las manos y los pies; del que ya se han repartido sus ropas y han echado a suertes su túnica ante su mirada, antes de que haya exhalado su último suspiro. Pero en medio de su angustia, Israel no cesó de acudir a Dios, no cesó de orar y no dudó un solo instante de que Dios le escuchaba. Aunque estuvo a punto de ser borrado del mapa, Dios intervino milagrosamente en el momento decisivo. Gracias a esa intervención escapo de la muerte, es decir, regresó del exilio a su patria. El Salmo que había comenzado por un grito desgarrador de angustia, concluye gritando todavía con más fuerza la alegría y la gracia de haber escapado del horror.
Este Salmo es la oración de alguien que sufre y que no duda en gritar a Dios su sufrimiento. En situaciones semejantes también nosotros podemos hacer lo mismo que el salmista: podemos gritar a Dios nuestro sufrimiento, pero sin dudar un instante de su amor, aunque las apariencias nos sugieran lo contrario.
En los dos primeros evangelios se nos dice que Jesús murió pronunciando las primeras palabras de este Salmo. Pero la continuación de los hechos nos muestras que el Padre no guardó silencio ante su muerte sino que respondió a este grito resucitándolo de entre los muertos.

Obediente hasta la muerte y una muerte de cruz

El cántico de la carta a los Filipenses es más antiguo que la misma carta. San Pablo tomó este antiguo himno ya conocido por los cristianos de Filipos y tal vez lo retocó. Con este cántico quería convencer a los Filipenses para que cambiaran su comportamiento marcado por las divisiones, proponiéndoles el ejemplo de Cristo, quien durante su vida terrena eligió un modo de vivir duro y costoso solo por amor a la humanidad, solo para salvarla. A pesar de que por ser Dios podía gozar de todos los privilegios propios de su condición divina, sin embargo eligió la obediencia y la humildad, aceptando identificarse con los hombres incluso hasta experimentar la muerte. En realidad, san Pablo no invita a los Filipenses a imitar tal o cual ejemplo de la vida de Cristo, sino la actitud más profunda de su existencia, es decir, la actitud que le acompañó desde la Encarnación al Calvario: su total entrega a la voluntad del Padre. Esto es lo que le llevó a su vaciamiento, a su abajamiento, a su desprendimiento total. La obediencia de Jesús es la antítesis de la desobediencia del primer Adán. La obediencia de Jesús rescata infinitamente la desobediencia de Adán. Si aquella desobediencia trajo la muerte para todos, la obediencia de Jesús nos trae la vida verdadera.
Jesús obró como hombre para mostrarnos el camino que también nosotros debemos seguir: solo el camino de la humillación y de la obediencia desemboca en la resurrección. La obediencia es la actitud del diálogo perfecto con Dios; la obediencia comienza con la escucha de la palabra de Dios, una palabra que no es más que amor, y que por eso puede escucharse sin temor.

La Pasión según san Mateo

La lectura de la Pasión no deja de conmovernos. Es una llamada a la conversión. En la Pasión de Jesús es el Padre el que nos dice todo su amor, nos muestra hasta dónde está dispuesto a llegar en su amor a la humanidad: hasta darnos lo más querido, a su Hijo. Dios quiere persuadirnos con este hecho para que nos dejemos convencer de que solo respondiendo con amor a su amor así expresado podremos alcanzar lo que anhelamos en el fondo de nuestro corazón y que con frecuencia buscamos por otros caminos.
Los cuatro evangelistas coinciden en lo esencial a la hora de narrar la Pasión del Señor; pero cada uno de ellos se ha fijado en ciertos detalles que no cuentan los otros, poniendo así su propio acento. En todos estos relatos llama la atención el silencio de Jesús; él habla muy poco; son los otros los que dicen y hacen. Jesús calla.
Como no podemos comentar todo el texto de la Pasión, nos centraremos solamente en los episodios que solo se encuentran en la versión del evangelista san Mateo.
Él es el único que nos dice el precio exacto que los Sumos Sacerdotes pagaron a Judas a cambio de su traición: treinta monedas de plata. Este detalle tiene una gran importancia, pues ese era el precio fijado por la Ley para la compra de un esclavo. Ese precio muestra el «desprecio» tanto de los Sumos Sacerdotes como de Judas hacia Jesús, hacia el Señor del Universo. Ese dinero sirvió para comprar el campo del Alfarero. Este Alfarero es también Dios, quien modelo al hombre de barro. Por esta compra los extranjeros que morían en Jerusalén obtuvieron una tumba donde ser enterrados.
El precio de Jesús nos hace reflexionar hoy sobre el precio o aprecio que nosotros sentimos por él. ¿Qué valor le damos a Jesús en nuestras vidas?
Otro detalle que solo encontramos en el evangelio de san Mateo es que durante la comparecencia de Jesús ante Pilato, la mujer de este envió a alguien para que le dijera de su parte: «No te metas con ese justo porque esta noche he sufrido mucho soñando con él». En la narración evangélica queda de manifiesto que este juicio le incomodaba mucho a Pilato, pero no tuvo la valentía de hacer justicia, pues sabía que Jesús era inocente y que se lo habían entregado por envidia. Aunque se lavo las manos, el agua no pudo borrar la grave responsabilidad que tuvo en este asunto. Su comportamiento muestra la perversidad de la justicia que llega al punto de condenar a muerte, a sabiendas, al inocente, teniendo la autoridad y el poder para evitarlo.
La actitud de Pilato ante Jesús es un ejemplo de cómo no hay que obrar. Sigue teniendo toda su actualidad. Las circunstancias nos pueden poner a todos en una situación semejante en la que tendremos que optar entre condenar al inocente o defender su inocencia. Optar por la justicia supone una gran valentía que no se improvisa. Para ello es preciso educar constantemente nuestro espíritu en el Espíritu del Evangelio.
En el momento de la muerte de Jesús los tres primeros evangelios cuentan que el velo del templo se rasgó en dos de arriba abajo, pero Mateo es el único que añade que la tierra tembló, las rocas se rasgaron, las tumbas se abrieron y muchos cuerpos de santos que habían muerto resucitaron. Después que Jesús resucitó salieron de las tumbas, entraron en la Ciudad Santa y se aparecieron a muchos.
La muerte de Jesús remueve la historia, el presente y el futuro de la humanidad. Su muerte desemboca en una resurrección que restaura todas las cosas.
Un último detalle propio del relato de la Pasión de Mateo es que los Sumos Sacerdotes y los fariseos acudieron en grupo para pedir a Pilato que diera la orden de vigilar el sepulcro de Jesús hasta el tercer día, con el fin de evitar que sus discípulos robaran su cuerpo y dijeran que había resucitado de entre los muertos, con lo que la última impostura sería peor que la primera.
Pero ni la vigilancia más estricta sería capaz de retener a Jesús en el sepulcro. Ninguna tumba podría retener al Autor de la Vida.
Que la Virgen María, que acompañó a Jesús hasta la cruz, nos guíe a lo largo de estos días santos para que vivamos más plenamente la Pascua de su Hijo.

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