"TU ERES PEDRO Y SOBRE ESTA PIEDRA EDIFICARE MI IGLESIA." Mt. 16, 13:20

sábado, 31 de octubre de 2020

Los Santos, Amigos de Dios ¿Te apuntas?


Por Luisa G.Ocaña.

Los santos son amigos de Dios. Son personas como tú y yo. Les caracterizan varias cosas, como su amor a la Virgen María, su afán por servir y amar a los hombres, su fe recia, que busca adorar a Dios y serle fiel.

El día uno de noviembre la Iglesia Católica celebra la fiesta de los santos. Es un día festivo, a veces mal entendido. Es un día lleno de esperanza ya que si otros pudieron…¿por qué no yo?

Ser santos es querer seguir a Jesús, actuar como él, hacer el bien como él, amar como él. SER SANTO ES SER AMIGO DE JESÚS.»

Cuando le damos un matiz triste a este día uno de noviembre es porque confundimos el dolor de la muerte, que se celebra el día dos en honor a los difuntos, con la alegría de haber alcanzado el Cielo.

Los santos, amigos de Dios, viven en plenitud para siempre, son increíblemente felices junto a Dios y junto a su Madre, la Virgen, y junto a todos los santos. Y eso es motivo de fiesta grande en el Cielo y en la Tierra.

Y no está la santidad en hacer cosas raras, se trata de que cada uno viva sus circunstancias personales, humanas, profesionales, familiares, con vocación cristiana, con visión sobrenatural, sabiéndonos hijos de Dios.

¿Y los santos nunca comenten pecados? Por supuesto que sí, pero lo importante es que se arrepienten, que acuden a la confesión sacramental y que se levantan una y mil veces.

Si queremos ser amigos de Dios y por tanto llegar al Cielo y que otros, a la vuelta de los años, celebren nuestra fiesta, la fiesta de todos los santos, no hay más receta que vivir muy cerca del Señor.

¿Pero cómo? ¡No tengo tiempo, tengo mucho trabajo! Precisamente esas ocupaciones son tus herramientas para llegar a Él.

Decía Santa Teresa de Avila que «entre los pucheros anda el Señor». Es decir, que esas ocupaciones diarias no solo no deben alejarnos de Dios sino que son ocasión de encuentro con Él.

Para eso, hay que enriquecer de sentido sobrenatural las cosas de cada día, todas, por insignificantes que nos parezcan. Hechas con amor, con intención de servir a Dios, alcanzan un valor incalculable.

La santidad no exige que hagamos malabarismos, es tan simple como hacer lo de cada día con renovado esfuerzo, con más amor, con afán de darnos y alegrar la vida de quienes nos rodean.

Para eso hay que llenar el depósito de gasolina del alma, y ya sabemos dónde repostar: en la oración, en el encuentro en la Eucaristía, en el sacramento de la confesión, con una lectura formativa o espiritual…

La receta es simple y lo decía San Agustin: Ama y haz lo que quieras.

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