Primera lectura
Lectura de la profecía de Daniel 9, 4b-10
Sal 78, 8. 9. 11. 13 R/. Señor, no nos trates como merecen nuestros pecados
Lectura del santo evangelio según san Lucas 6, 36-38
Hoy día no es fácil hablar de pecado, especialmente en lo que se refiere a la relación del hombre con Dios, o de un pueblo o un grupo. Para muchos Dios es irrelevante en la vida. “Tú mi Señor tienes razón”, expresa Daniel. Quisiera hacer hincapié en esta expresión. Para llegar a ella, es necesario acercarse a la Escritura, contrastar con la realidad, con uno mismo, y orar. No es fácil orar, porque implica escuchar, más que hablar. Es necesario hacer silencio, interior y exterior, y escuchar lo que Dios nos dice.
Cuando hacemos silencio y nos abrimos a la Palabra, nos vamos viendo honestamente, tal cual somos, y la luz de la Verdad ilumina la realidad que nos rodea. Podemos vernos y ver desde el corazón de Dios, y comprendemos de forma distinta, nueva, todo. Esa honestidad descubre sin tapujos incluso lo que más nos avergüenza, lo que nos duele o lo que más tememos. Y nos regala la más hermosa experiencia de fe, sabernos amados por Dios, sin condiciones ni límites, totalmente. Entonces podremos expresar como Daniel: “tú mi Señor tienes razón” “mi Señor, nuestro Dios, es compasivo”.
El reto de ser misericordiosos
El pasaje del Evangelio de Lucas de la liturgia de este lunes de cuaresma es una invitación expresa a amar a los demás como Dios nos ama. En la primera lectura, del profeta Daniel, nos encontrábamos orando, con la Escritura, y descubriendo un Dios que es compasivo y perdona. ¿Necesitamos el perdón de Dios, somos lo suficientemente valientes para desnudar nuestra alma totalmente ante El, y vivir la experiencia de su misericordia? Todos tenemos culpas que nos abruman, infidelidades y traiciones que nos avergüenzan,…todos tenemos que aprender a perdonarnos tantas cosas… Y es mucho más fácil llegar a ese perdón, desde el perdón que nos llega con el Amor de Dios.
Necesitamos la experiencia de la misericordia con nosotros, para darnos cuenta de lo que implica ser misericordiosos con los demás. Y este es el reto que nos plantea Jesús en este discurso que sigue a las Bienaventuranzas. Nuestro amor puede ser pequeño, egoísta y mezquino. Hemos de amar con el amor con que Dios nos ama, el generoso y compasivo, el que no tiene medida, no juzga y perdona siempre.
Nos da miedo amar así, a fondo perdido. No es más que volcar la misericordia que yo recibo, en los demás. Es reconocer que ese amor de Dios para mí, también es para todos. Así es el amor del Padre, y el que nos pide a sus hijos. Es el amor que libera, perdona, hace bien. Es el amor que arriesga y se entrega. Merece la pena, en esta cuaresma, revisar cómo es mi amor, qué calibre de generosidad y capacidad de perdón tiene.
Este año celebramos el VIII centenario de la muerte de Santo Domingo de Guzmán. En la descripción de él que hace Jordán de Sajonia, destacamos estas palabras: “Daba cabida a todos los hombres en su abismo de caridad; como amaba a todos, de todos era amado. Hacía suyo el lema de alegrarse con los que se alegran y llorar con los que lloran. Inundado como estaba de piedad, se prodigaba en atención al prójimo y en compasión hacia los necesitados”.
En el abismo de su caridad, daba cabida a todos… Vivamos así nosotros también.
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