Primera lectura
Lectura de la profecía de Ezequiel 47, 1-9. 12
El agua fuente de vida
El agua es fuente de vida tanto para las plantas, como para los hombres y animales. Es signo de bendición, lava y hace desaparecer las impurezas.
En toda la historia del pueblo de Dios el agua ha sido un símbolo y elemento fundamental. En el Antiguo Testamento era primordial el agua en numerosos acontecimientos y en muchas ocasiones para seguir unos ritos y tradiciones. Lavar los pies al huésped para limpiarlo del polvo del camino era un signo de hospitalidad; el ritual judío prescribía numerosas purificaciones por el agua, el sumo sacerdote debía lavarse para prepararse a su investidura; había prescritas abluciones por el agua si se había tocado un cadáver, para purificarse de la lepra o de toda impureza sexual. El agua era símbolo de limpieza moral.
También hoy en día y debido a las circunstancias en que vivimos el agua sigue siendo elemento de primera necesidad, ya que la limpieza de manos es fundamental. El agua es un bien preciado, ¡cuántos países todavía les falta este don y qué afortunados somos los que lo tenemos!
El templo futuro de la visión de Ezequiel es manantial de vida. El templo, símbolo de la presencia del Señor, es capaz de dar vida. Si en el caso de los huesos secos era el viento, imagen del Espíritu de Dios quien los reanimaba y resucitaba, ahora es el agua que mana del templo e inunda la tierra prometida, quien purifica aguas estancadas, dando nueva vida a las plantas, a los animales y al hombre. El pueblo de Dios hallará en estas aguas la pureza, la vida y la santidad.
Para Ezequiel, nuevo Moisés que pretende reorganizar al pueblo de los desterrados, es evidente el valor del templo, símbolo de unidad y fuente de vida espiritual. Del templo emanan las leyes que harán de ese templo moribundo, un pueblo unido en la prosperidad y definitivamente vivo, con la vida misma de Dios. El agua que Ezequiel ve salir del templo simboliza el poder vivificador de Dios, que se derramará en los tiempos mesiánicos y permitirá a los hombres producir fruto en plenitud.
En el salmo se revela la gloria de Dios en Jerusalén. Allí está el templo. En él vive Dios en medio de su pueblo. La ciudad es comparada al paraíso, el correr de las acequias expresa su fertilidad, y a una ciudad regia, desde la cual Dios gobierna, juzga y bendice a las demás naciones. Cualquier intento de los reyes de este mundo contra la ciudad se estrellará ante la protección del Señor de los Ejércitos. De ahí la confianza que respira el salmo y la invitación que el salmista hace a los reyes y naciones para que se acerquen a la ciudad, vean la derrota de los asaltantes y la paz que de ella irradia a todo el mundo.
Orando con este salmo afirmaremos nuestra confianza ante las pruebas personales, ante los acontecimientos del mundo y ante las crisis de la Iglesia. También nos servirá para renovar el deseo de luchar por la paz. Dios rompe el arco y quiebra las lanzas con nuestra colaboración. ¿Llegaremos un día a saber que sólo Él es Dios?
¿Quieres quedar sano?
“Levántate, toma tu camilla y echa a andar”. Jesús cura al paralítico en un lugar tradicionalmente milagroso. Por eso impresiona más la soledad de este hombre. Lleva enfermo treinta y ocho años y nadie se ocupa de él. El gran milagro del cristianismo es la caridad. Que los hombres lleguen a preocuparse unos de otros y se amen realmente como Dios los ama.
Pero Jesús realiza la curación en un sábado. La obligación de guardar el descanso del sábado era sagrada para un judío. Le recordaba el descanso de Dios en la creación. Y más aún, la liberación de Egipto. Con el tiempo los judíos habían llegado a exageraciones ridículas: estaba prohibido llevar cualquier carga, e incluso, que los médicos ejerciesen su función. De ahí el escándalo y la irritación de los judíos por la conducta de Jesús: quebrantaba una tradición santa.
Jesús, en realidad, quiere enseñarles un cumplimiento menos literal y vacío del descanso en día de sábado. El descanso no consiste simplemente en “no hacer nada”. Hay que hacer el bien, acudir en ayuda de los demás, y sobre todo en “´sábado”. Porque el sábado se hizo para el hombre y no el hombre para el sábado. Jesús recuerda al paralítico, que en adelante debe alejar de su vida el pecado, puesto que ha desaparecido de él la enfermedad que es su signo.
La obra del Padre es la creación. Cuando en el relato del Génesis se nos dice que Dios descansó, no debemos interpretarlo literalmente en el sentido de que Dios interrumpe su actividad creadora. De ser así, el mundo dejaría de existir. El Padre sigue creando y conservando el universo y la vida. Ni por un momento se desentiende del mundo al que ama y quiere salvar. Y el Hijo, enviado por el Padre, viene a mostrar con sus signos, de modo evidente y palpable, la constante acción salvadora de Dios, la continua creación que culminará en la Nueva Creación. Con Jesús resucitado empieza la nueva y definitiva Creación.
¿La confianza en el Señor, te hace vivir con más tranquilidad los acontecimientos mundiales?
¿Te preocupas por el bien del prójimo como Jesús lo hace con el paralítico?
¿También los fines de semana?
¿Lo haces por el qué dirán?
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