Los Santos Mártires son
hombres y mujeres, a menudo muy jóvenes, que sacrificaron su vida por el amor
de Dios, y por ello merecieron la beatificación. Vamos a conocerlos mejor.
Morir por amor. Se oye a menudo, en las canciones viejas, en las novelas, en las historias inmortales de amores infelices. Por supuesto, cuando hablamos de los Santos Mártires que han sufrido torturas inimaginables y fueron asesinados por quienes han sido capaces de doblegar su voluntad, su fe, ciertamente no estamos hablando de un concepto romántico. Los enamorados que morían con el corazón roto en las grandes historias de amor sufrían la imposibilidad de poder estar al lado de la persona amada, o el insoportable dolor de la pérdida. Los Santos Mártires, en cambio, fueron torturados y asesinados por haber reclamado con demasiada pasión, demasiada convicción y demasiado amor, su fe, su profunda devoción a Dios.
Entonces, podemos decir que esta
forma de muerte por amor no deriva de una carencia, sino de una plenitud
de amor, de totalidad, de un cumplimiento fatal.
El martirio es una especie
de testimonio de amor a Dios. No en vano la palabra mártir deriva
del griego màrtys, testigo. En el Catecismo de la
Iglesia Católica leemos: “El martirio es el supremo testimonio de la
verdad de la fe; designa un testimonio que llega hasta la muerte. El mártir da
testimonio de Cristo, muerto y resucitado, al cual está unido por la caridad.
Da testimonio de la verdad de la fe y de la doctrina cristiana. Soporta la
muerte mediante un acto de fortaleza. Dejadme ser pasto de las fieras. Por
ellas, me será dado llegar a Dios” (CIC, n. 2473).
El mártir simboliza y testifica
la victoria de la vida sobre la muerte, reviviendo sobre su propia
piel, en su propia carne, la Pasión de Jesús, soportando
sufrimientos indecibles con plena conciencia de que el consuelo del amor de
Dios aligerará todo tormento. Con confianza ciega y amor conmovedor,
los Santos Mártires se entregaron a las manos de sus verdugos, en muchos casos
incluso perdonándolos en el mismo momento en que les infligían su extremo
suplicio. Por dramática que pueda parecer la muerte de un mártir, no debemos
pensar en ella como un sacrificio doloroso. Hay alegría en querer
sacrificarse en nombre de Dios y de la propia fe, hay un impulso
irrefrenable, imparable, un anhelo de amor que ningún hombre,
por cruel que sea, puede detener, ningún tormento puede amortiguar. Y esto es
lo que hace tan especiales a los Santos Mártires, emblemas de un fervor
religioso, de una conciencia interior proyectada únicamente hacia Dios.
Ejemplos en los que inspirarse, cuando nos encontramos ante las vicisitudes de
la vida, para no ceder al dolor y al miedo.
Pero ¿quiénes son los Santos
Mártires?
Los primeros en ser definidos
como Santos Mártires fueron los Apóstoles, testigos de la vida y
obra de Jesús, perseguidos y asesinados por haber traído Su Palabra al mundo.
Posteriormente se definieron así todos los hombres y mujeres que, habiendo
vivido demostrando fe y devoción, fueron perseguidos y asesinados por no querer
abjurar de su credo.
La Iglesia Católica
reconoce tres tipos de martirio cristiano, todos merecedores del
Paraíso. Por tanto, no es necesario morir para demostrar el propio amor a Dios.
Basta con vivir la propia fe en Él con valentía y abnegación, moldeando la
propia vida en nombre de la devoción.
Aquí están los tres tipos de
martirio reconocidos:
- Martirio blanco: propio de quienes son
perseguidos por su fe y deben vivir su vida con valentía y sufrimiento, en
el nombre de Jesús, sin necesariamente ser asesinados;
- Martirio verde: propio de quienes
manifiestan su amor a Dios sometiéndose al ayuno y a la privación,
eligiendo la soledad, el retiro, apartándose del contexto humano para
sacrificarse únicamente por la fe;
- Martirio rojo: el de los santos mártires
propiamente dichos, que después de haber vivido en el amor de Dios han
aceptado con gozo ser torturados y morir por su fe en Él, sin traicionarlo
jamás.
Martirio de San Juan Bautista
El 29 de agosto se
conmemora el martirio de San Juan Bautista, uno de los Santos más venerados del
mundo, considerado el último profeta del Antiguo Testamento y el primer Apóstol
de Jesús. La tradición cuenta que era santo incluso antes de nacer, ya que
cuando la Virgen María se acercó a su madre embarazada de seis meses para
anunciarle el próximo nacimiento de Jesús, él saltó de alegría en el vientre de
su madre.
Su propia concepción, además,
había sido anunciada por el Arcángel Gabriel, quien también les había dicho a sus
padres, Isabel y Zacarías, que él habría sido “lleno del Espíritu Santo”,
que habría sido “grande ante el Señor” y Su precursor.
San Juan, después de dedicar su
vida a preparar el camino para la venida de Jesús, viviendo primero como
ermitaño en el desierto, luego predicando la venida del Mesías y bautizando a
hombres y mujeres en el Jordán, encontró su fin en el capricho de una chica.
Había sido encarcelado por el Rey Herodes Antipas debido a su predicación que
inculcaba ideas subversivas en la gente. Salomé, princesa de Judea e hijastra
del rey, reclamó su cabeza en una bandeja de plata como
regalo. A cambio, accedió a bailar para el placer de su padrastro y sus
invitados en un banquete.
San Esteban
Esteban, un diácono de Jerusalén,
fue el primer cristiano en ser martirizado y, como tal, es considerado el protomártir
de la Iglesia.
Pero ¿qué se entiende por
protomártir?
El título de protomártir
indica el primer miembro de una profesión de fe cristiana o el primer miembro
de una comunidad cristiana que ha sufrido el martirio en nombre de su propia
fe.
Por ejemplo, Santiago
el Mayor fue el primer apóstol mártir y, por lo tanto, se le considera
el protomártir de los Apóstoles; Santa Tecla, discípula de Pedro, fue
protomártir entre las mujeres, y así sucesivamente.
San Esteban era originario de
Grecia y fue el primer diácono de la comunidad cristiana de Jerusalén. Su trabajo
consistía en atender las necesidades de los apóstoles para que pudieran
dedicarse por completo a la oración y la predicación de la Buena Nueva.
Se celebra el 26 de
diciembre, día después de Navidad, día en el que en el 36 d.C. fue
lapidado. Se dice que uno de sus acusadores fue Saulo, quien luego se
convirtió en Pablo de Tarso, el apóstol de los gentiles, el primer gran
misionero la Iglesia cristiana.
Santa Inés
En cambio, el 21 de
enero se celebra a Santa Inés, protectora de las vírgenes, novias y jóvenes
en edad de casarse. Inés es una entre los santos y las santas que murió muy
joven, como por ejemplo Luis Gonzaga. De hecho, fue una muy jovencita de noble
cuna perteneciente a la gens Claudia que sufrió el martirio bajo
Diocleciano cuando sólo tenía doce años. Su belleza e inocencia habían atraído
la atención del hijo del Prefecto de Roma, pero la jovencita ya había decidido
consagrar su cuerpo y su alma a Jesús mediante el voto de castidad.
El pretendiente se quejó con
su padre, quien primero trató de romper su testarudez obligándola a convertirse
en una Vestal, luego la encerró en un prostíbulo, donde sin embargo ningún
hombre podría violarla, ya que un ángel la cuidaba. Al final, arrastraron a
Inés a la plaza y la desnudaron, pero su cabello creció hasta
el punto de envolverla por completo. Entonces el Prefecto ordenó que la
quemaran viva, pero las llamas se negaron a lamerla. Fue degollada con
una espada afilada, como los corderos con los que a menudo se representa, y
se dice que cuando cayó al suelo sus propios verdugos lloraron por ella.
San Sebastián
Alto oficial del ejército
romano, se dice que San Sebastián era amigo íntimo del emperador Diocleciano.
Quizás fue precisamente por eso que cuando este último descubrió que el joven,
de fe cristiana, aprovechaba su amistad para ayudar a sus compañeros de credo
condenados a muerte, se enojó tanto. No sólo Sebastián usó su influencia y
posición para salvar a los cristianos y enterrar a los muertos, sino que
también trabajó para difundir el cristianismo entre otros
militares e incluso miembros de la corte imperial.
Cuando Diocleciano descubrió
la ‘traición’ de su protegido se enfureció.
Por tanto, Sebastián fue
condenado a muerte por él. Ordenó que lo desnudaran, lo ataran a un poste en el
monte Palatino y lo atravesaran con innumerables flechas.
Creyéndolo muerto, los verdugos lo abandonaron, pero el hombre había
sobrevivido y fue salvado por Santa Irene, quien lo escondió y lo curó. Al
recuperar la salud, Sebastián se presentó ante Diocleciano enfrentándolo y
condenándolo por las persecuciones contra los cristianos. Por lo tanto, el
emperador ordenó que el joven fuera azotado hasta la muerte y
que su cuerpo fuera arrojado a la Cloaca Máxima. Se le recuerda el 20
de enero.
San Lorenzo
San Lorenzo, celebrado el 10
de agosto, y que todos conocemos bien por la tradición de las estrellas
fugaces que llueven sobre la tierra esa noche, era un joven diácono. Sufrió el
martirio bajo el emperador Valeriano. Originario de España, fue amigo y
discípulo del futuro Papa Sixto II quien, una vez convertido en Pontífice, le
confió el cargo de archidiácono. En la práctica, Lorenzo tenía que gestionar
las actividades caritativas en la diócesis de Roma.
El emperador Valeriano ordenó que
se ejecutara a todos los obispos, presbíteros y diáconos, y así fue también
para Sixto II. Detenido a su vez, Lorenzo fue quemado en una parrilla,
o según otra tradición, decapitado. La leyenda de la parrilla
habría alimentado el vínculo entre el joven santo y las estrellas fugaces, que
serían los lapillis que escaparon de su tortura.
Santa Bárbara
Santa Bárbara, celebrada el 4
de diciembre, es una santa famosa por los numerosos patronatos que se le
han atribuido, aunque no se sabe mucho sobre ella históricamente. Entre los
otros patronatos recordamos: artificieros, armeros, matemáticos, bomberos,
campaneros, mineros, artilleros, arquitectos, picapedreros, albañiles,
marineros, sepultureros.
Hija de un pagano, su padre la
encerró en una torre debido a su belleza. Aquí le enseñaron filósofos y poetas,
pero, en cuanto salió de la torre, descubrió la fe cristiana. Su padre amenazó
con matarla si no abjuraba y la arrastró frente al Prefecto. Ante su negativa a
renunciar a su fe, primero la envolvieron en ropas que le arrancaron la
carne y luego la quemaron, pero se salvó milagrosamente.
Luego, sus verdugos le cortaron los pechos, obligándola a desfilar
desnuda por las calles. Su propio padre la decapitó en la cima de una
montaña.
Cosme y Damián
Los Santos Mártires Cosme y
Damián eran hermanos. Ambos médicos, todavía hoy se consideran entre los santos
a los que recurrir para curar todas las enfermedades.
Celebrados el 26 de
septiembre, nacieron en Arabia y usaron su influencia como médicos y
curanderos para convertir a la mayor cantidad de personas posible al
Cristianismo. Detenidos por orden del emperador Diocleciano, fueron mártires
varias veces, según diversas tradiciones: fueron lapidados,
luego fustigados, crucificados y golpeados con
dardos y lanzas, arrojados al mar con una piedra colgando de
su cuello, quemados en un horno de fuego. Finalmente,
fueron decapitados, y con ellos los hermanos menores Antimo,
Leoncio y Euprepio.
Santa Lucía
Lucía de Siracusa es una de las
siete vírgenes enumeradas en el Canon Romano. Se la recuerda el 13 de
diciembre, día de su martirio, y se la invoca como protectora de la
vista. Vivió a principios del siglo IV y murió durante la gran persecución
deseada por el emperador Diocleciano. Pertenecía a una noble familia cristiana
de Siracusa y fue denunciada por su prometido cuando se negó a casarse con él
para consagrar su castidad a Dios y donar todas sus inmensas riquezas a los
pobres. Debido a que se negó a abjurar, la rociaron con aceite y la torturaron
con fuego, pero debido a que las llamas no la tocaban, la decapitaron o
le cortaron la garganta. Sólo tenía veintiún años. No hay evidencia histórica
de que también le hayan arrancado los ojos, pero el culto que nace
alrededor de su figura a menudo la representa con un platillo en la mano y sus
ojos apoyados en él, probablemente por su nombre, que significa Luz.
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