"TU ERES PEDRO Y SOBRE ESTA PIEDRA EDIFICARE MI IGLESIA." Mt. 16, 13:20

viernes, 28 de junio de 2019

¿Es el primado de Pedro Hereditario?

Antes, tanto ortodoxos como protestantes estaban de acuerdo en que Jesús no había puesto a Pedro como líder de la Iglesia. Los ortodoxos pensaban que todos los apóstoles recibieron la misma autoridad y carisma que Pedro, y que cuando Jesús le llama a Pedro “roca” se lo está diciendo en representación de todos los apóstoles. Los protestantes, según su denominación, interpretaban el pasaje de formas distintas pero en general consideran que la “roca” sobre la que Jesús funda su Iglesia se refiere no a Pedro sino a Jesús. Pero hoy en día, con los grandes avances lingüísticos, históricos y exegéticos, tenemos una mejor comprensión de la Biblia y aunque muchos protestantes persisten en su tradicional interpretación, algunos de sus exegetas ya reconocen abiertamente que cuando Jesús fundó su Iglesia lo hizo sobre la “Roca” de Pedro. Pero obviamente eso no les lleva automáticamente a reconocer que si Pedro era el príncipe de los apóstoles entonces los papas son los líderes de la Iglesia de Cristo. Ahora el debate se ha trasladado a otro terreno que antes tenía menos importancia: la sucesión. Según los católicos el primado de Pedro estaba pensado como un cargo hereditario, según los protestantes no, fue sólo un honor concedido a Pedro y ese honor murió con él, así que los papas no son sucesores de nada. Así pues, para justificar la autoridad del papa (y con él la de su Iglesia) es necesario aclarar si el liderazgo de Pedro conllevaba o no sucesión.
Los argumentos habituales de los católicos son dos:
1- Jesús, antes de su partida, decidió que su Iglesia necesitaría un líder, alguien que la mantuviese unida y que la guiase con certeza doctrinal para evitar a todos esos lobos con piel de cordero que sabía que empezarían pronto a aparecer y a confundir a sus seguidores con todo tipo de doctrinas falsas. Entonces, ¿acaso pensó Jesús que muertos los apóstoles sería menos necesario un liderazgo y una unidad? Ciertamente que no, de hecho la Iglesia postapostólica quedaba aún más vulnerable a todo tipo de falsas doctrinas y disensiones internas, pues muertos los apóstoles no habría testigos directos que pudiesen dirimir las disputas. Por lo tanto, si Jesús creyó necesario un líder en la era apostólica, obviamente más necesario aún era un líder en la era postapostólica.
2- Jesús eligió, de entre todos sus discípulos, a sus doce apóstoles para ser los principales, los organizadores, su “mano derecha”. Por tanto ya en vida de Jesús tenemos una jerarquía: Jesús en la cúspide, los 12 apóstoles como jefes o pastores, sus principales ayudantes y luego todos sus discípulos (seguidores). Tras la muerte de Jesús, y antes de su Ascensión, el hueco que él va pronto a dejar vacío se lo pasa a Pedro (no para que sea como Jesús, sino para que desempeñe su papel dentro de la organización). El siguiente nivel seguirían siendo el resto de los apóstoles. Pero ahora había una plaza vacante. Muerto Judas Iscariote ya sólo quedaban 11 apóstoles, así que el libro de los Hechos, en su primer capítulo, nos dice que tras la Ascensión del Señor, unos días más tarde vemos a Pedro ya ejerciendo su papel de líder y diciendo a los demás que es necesario nombrar a un sucesor para el puesto de Judas, y todos se ponen a ello (con el mismo proceder que los católicos siguen usando hoy para elegir papa):
“Y oraron así: «Señor, tú que conoces los corazones de todos, muéstranos a cuál de los dos elegiste para desempeñar el ministerio del apostolado, dejado por Judas al irse al lugar que le correspondía». Echaron suertes, y la elección cayó sobre Matías, que fue agregado a los once Apóstoles.” (Hechos 1: 24-26)
Así pues, si con uno cualquiera de los apóstoles, más aún, con el traidor que vendió a Jesús, los apóstoles consideraron que era necesario nombrar un sucesor, es evidente que lo mismo pensarían cuando se trata de otro de los apóstoles, Pedro, que además es el principal y el garante de la unidad.
Los protestantes piensan que esto fue un hecho puntual y que muertos los apóstoles se acabó, ninguno más tuvo sucesor. Ortodoxos, anglicanos, episcopalianos, católicos, coptos, etc. coinciden en que sí nombraron sucesores, y estos sucesores fueron llamados “obispos” (del griego “episcopos”= supervisor), y así los vemos nombrados ya a en el Nuevo Testamento:
Palabra fiel es esta, si alguno aspira al cargo de obispo [επισκοπης, epíscopes], buena obra desea hacer” [y a continuación da las directrices de cómo debe ser un buen obispo] (1 Timoteo 3:1)
Sin embargo los ortodoxos insistirán en que ni Pedro era el líder ni en cualquier caso suceder a Pedro suponía automáticamente suceder también su liderazgo. En esto tienen razón, además de demostrar que Pedro tuvo sucesor hay que demostrar que también los sucesores asumían su misma condición de liderazgo. En cuanto al tema de si Pedro fue o no nombrado líder, eso es materia que vemos en otro artículo (ver El Primado de Pedro), aquí daremos por demostrado que sí. También se puede utilizar el argumento número 1 para decir que ciertamente el liderazgo de Pedro estaba diseñado para perdurar.
Hay otro argumento, esta vez teológico, mucho más complejo pero más impactante, que podemos ofrecer para demostrar que la intención de Jesús era efectivamente esa, que la primacía de Pedro fuese sucesoria. Este argumento lo ha dado el gran erudito y protestante converso Scott Hahn, y aunque él profundiza mucho en el tema y da muchísimos argumentos y citas, yo intentaré ofrecer una síntesis que resulte convincente y clara. Lo llamaremos “Las llaves del Reino”.
LAS LLAVES DEL REINO… de David
Scott Hahn comienza sus disquisiciones teológicas remontándose al mismo Adán y la alianza que Dios estableció con él, con Abraham, etc., pero para abreviar, nosotros avanzaremos directamente hasta la alianza que Dios establece con el rey David.
David tiene en el Antiguo Testamento un papel fundamental, tanto histórica como teológicamente. Él unió a las doce tribus, estableció la capital en Jerusalén, hizo de la ciudad la “morada” de Dios y sobre todo recibió la promesa de que de su descendencia nacería el Mesías. Jesús es llamado repetidamente “el hijo de David”, sólo eso bastaría para reconocer su gran importancia. También fue el primer Rey de Israel (Saúl no cuenta porque Dios renegó de él).
La tesis de Scott se basa en que el Reino de Dios que predica Jesús está teológicamente modelado según el ideal judío de reino, que indudablemente era el reino de David. Por eso también es comprensible que los judíos malinterpretasen el mensaje de Jesús y pensaran que lo que quería era reinstaurar el reino político de David pero esta vez con el Mesías sentado en el trono. No era eso lo que quería Jesús, pero sí utilizó en su vocabulario las referencias al reino de David visto como prefiguración de lo que un día sería el Reino de Dios. Si conocemos cómo funcionaba la estructura de ese reino, entenderemos mejor las metáforas que usa Jesús. Los judíos de la época sin duda captaban fácilmente el significado de esas metáforas, somos nosotros los que necesitamos explicaciones porque no compartimos su contexto cultural.
Si en la actualidad decimos que Elvis Presley es “el rey del rock”, todos entendemos la metáfora, no hay nada que explicar. En un artículo sobre la historia del rock decía que “en los años 80, el cetro del rock pasó de Inglaterra a Estados Unidos”; tampoco necesitamos explicaciones. Entendemos bien lo que significa ser el rey y lo que simboliza un cetro. Pues de la misma manera Jesús para hablar de la nueva sociedad que quería construir utilizó la simbología del reino tal como los judíos la entendían, y las metáforas que usaba eran las que su pueblo entendía, empezando por la propia palabra “reino” para designar el “Reino de Dios”, lo que equipara a Dios con un rey que gobierna su pueblo. Pero esas comparaciones y simetrías son en realidad algo más que simples metáforas, son explicaciones que parten de una idea conocida (por los judíos de entonces) para que se entienda la nueva idea a ella asemejada.
Para empezar, los judíos consideraban que el Reino de David había sido la época más gloriosa de su historia, época de unidad, de abundancia, de extensión, de religiosidad, de cercanía a Dios, y una de las pocas épocas en que Israel había sido libre de la opresión extranjera. Había sido una buena época, pero en la psique judía estaba incluso mucho más idealizada. Por lo tanto parecía lógico comparar la nueva sociedad que Jesús anunciaba con aquel glorioso pasado. Así pues, Jesús hablaba de la nueva sociedad como “el Reino”, no el de David, sino el de Dios (o “los Cielos”, por evitar nombrar a Dios).
Hoy tendemos a pensar que el auténtico protagonista del Antiguo Testamento es Moisés, pero en realidad la importancia del rey David le supera, al menos en interés. Comparemos por ejemplo las 720 veces que Moisés es mencionado con las 1.020 veces en las que se menciona a David. En el libro de Crónicas, que revisa toda la historia de Israel desde un punto de vista sacerdotal, la historia de David ocupa cerca de la mitad de sus páginas. Cuando los antiguos israelitas o los posteriores judíos hablaban del Reino, su referencia era siempre el reino de David. Y en ese contexto nos encontramos a Jesús predicando.
Dios hizo una alianza con David y se la comunicó por boca del profeta Natán:
Y el Señor te ha anunciado que él mismo te hará una casa. Sí, cuando hayas llegado al término de tus días y vayas a descansar con tus padres, yo elevaré después de ti a uno de tus descendientes, a uno que saldrá de tus entrañas, y afianzaré su realeza. El edificará una casa para mi Nombre, y yo afianzaré para siempre su trono real. Seré un padre para él, y él será para mí un hijo. Si comete una falta, lo corregiré con varas y golpes, como lo hacen los hombres. Pero mi fidelidad no se retirará de él, como se la retiré a Saúl, al que aparté de tu presencia. Tu casa y tu reino durarán eternamente delante de mí, y su trono será estable para siempre». (2 Samuel 7:11-16)
Le promete que le construirá una “casa” (en el sentido de dinastía) y que su reino será eterno. Por tanto, para el pueblo de Israel, el Reino ya siempre será el de David. Sería fácil decir que es evidente que la dinastía de David no fue eterna, que acabó cuando el exilio de Babilonia, pero los judíos no son tontos ni Dios mentiroso. Lo que Dios dice es que “tu casa y tu reino durarán eternamente delante de mí”, o sea, para Dios, el único rey legítimo de Israel será siempre de la casa de David, incluido Jesús, que es “hijo de David”. Es como si te casas y a los tres años te divorcias y te casas de nuevo; “ante Dios”, tu legítima esposa siempre será la primera, por mucho que tú consideres ahora que tienes una nueva esposa.
Desde el punto de vista de esta profecía, Jesús no estaba simplemente usando el reinado de David como una metáfora para su nueva sociedad. Jesús, como descendiente de David, era quien iba a dar cumplimiento a la alianza que Dios había hecho con el rey David. Por eso “el Reino de Dios” era, tal como lo interpretaban también sus oyentes “la culminación del reino de David”.
La casa de David tenía muchos servidores reales, en Reyes 4:7-19 nos identifica los que tenía el rey Salomón, y eran doce (como los apóstoles). Pero además sabemos que de todos, uno de ellos era el principal, el que estaba más próximo a David, el llamado “mayordomo del palacio” y hacía en cierto modo de enlace con sus otros ministros (como haría luego Pedro); es lo que hoy llamaríamos un “primer ministro”. El atributo del mayordomo del palacio son las llaves. Puede que al principio fuese realmente la persona que custodiaba las llaves de las dependencias palaciegas, pero en cualquier caso pronto se convirtieron las llaves en el atributo simbólico del primer ministro, símbolo de su poder, de igual modo que la corona y el cetro son para nosotros atributos del rey, símbolo de la monarquía y su poder.
Casi dos siglos más tarde tenemos un pasaje de Isaías en el que nos habla del primer ministro y claramente se usan las llaves como símbolo de su autoridad. Además, vemos que ese cargo necesita ser reemplazado cuando queda vacante, es un cargo sucesorio. Dios decide cesar al actual mayordomo real y le anuncia que le va a quitar sus poderes y pasárselos a un sucesor:
Y aquel día, llamaré a mi servidor Eliaquím, hijo de Jilquías; lo vestiré con tu túnica, lo ceñiré con tu faja, pondré tus poderes en su mano, y él será un padre para los habitantes de Jerusalén y para la casa de Judá. Pondré sobre sus hombros la llave de la casa de David: lo que él abra, nadie lo cerrará; lo que él cierre, nadie lo abrirá. Lo clavaré como una estaca en un sitio firme, y será un trono de gloria para la casa de su padre.  (Isaías 22:20-23)
Comparemos:
Y yo te digo: «Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi iglesia*, y el poder de la Muerte no prevalecerá contra ella. Yo te daré las llaves del Reino de los Cielos. Todo lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo». (Mateo 16:18-19)
[*compare también el anuncio de “edificar una iglesia”, en el sentido de organización, con la promesa a David de que le construiría una “casa” en el sentido de dinastía, y en ambos casos se hace también la promesa de que esa “construcción” será eterna. Jesús, pues, establece su Nueva Alianza sobre las bases de la antigua alianza hecha con David. El mismo Scott Hahn reconoce que tiempo después de desarrollar su tesis descubrió que ambos textos eran leídos juntos en una misa católica, viendo así que la Iglesia ya tenía bien establecida la relación entre los dos pasajes.]
No es ninguna casualidad que Jesús emplee con Pedro las mismas palabras que Dios empleó con el primer ministro de la casa real de David. Los judíos de entonces conocían bien sus escrituras, y Jesús aún mejor, así que Pedro o cualquier otro, reconocieron inmediatamente el significado de estas palabras y la conexión que se hacía entre el Reino de los Cielos y el Reino de David. Jesús estaba invistiendo a Pedro con el poder de su “primer ministro” con las mismas palabras que usó Dios para investir de poder al primer ministro de la casa real. La referencia a las llaves también es paralela a la cita de Isaías y por tanto tiene el mismo significado, representan el poder y la autoridad conferidas al primer ministro, y el símbolo de las llaves queda en ambas citas explicado con casi las mismas palabras: son las llaves que cuando abras nadie cerrará, y cuando cierres nadie abrirá, por tanto tus decisiones no podrán ser contradecidas. La diferencia entre el verbo usado en Isaías “ופתח” (abrir) y el usado en Mateo “δήσῃς” (atar) parece más bien cuestión de traducción (Isaías lo dice en hebreo, Jesús lo traduce al arameo y Mateo al griego), pero vemos que el significado es el mismo.
Por tanto queda claro que Jesús está invistiendo a Pedro con la misma fórmula y autoridad con que Dios invistió al primer ministro de la Casa de David, y además esa fórmula fue usada en un contexto sucesorio, donde un primer ministro estaba siendo sustituido por otro nuevo primer ministro. En tales circunstancias, pensar que no estaba en la mente de Jesús la idea de que ese cargo fuese sucesorio simplemente no se sostiene. De hecho es una antigua fórmula sucesoria la que Jesús está usando. Jesús es el Rey, y lo será eternamente (aunque regrese al cielo), tal como estableció Dios en su alianza con David, y nombrando a Pedro su primer ministro está dejando en la tierra un cargo que por su propia naturaleza es hereditario. Si Jesús es el rey, está nombrando a Pedro su gobernador o virrey, o en términos católicos, su vicario. Esto lo hace para dejar a alguien no en su trono, sino en su organigrama organizativo, y tal situación permanecerá hasta el día en que Jesús regrese en esplendor a reinar, y entonces ya no será necesario tener ningún vicario que se ocupe de dirigir a su Iglesia.
Pero no olvidemos que Jesús no se marcha de este mundo y nos abandona, prometió que estaría con nosotros hasta la consumación de los tiempos, por tanto sigue dirigiendo a su Iglesia y acompañándola. La función del vicario de Cristo no es usurpar sus funciones, sino ser su correa de transmisión. De alguna forma el Espíritu Santo se encarga de que el papa, dentro de sus funciones como guardián de la doctrina, haga su trabajo con fidelidad y sin error. En todo lo demás, Jesús ha dejado la administración de su Reino en manos de seres humanos (papa, obispos, fieles, etc.), y él lo sabe.
El estudioso bíblico Alfred Loisy, que no creía que la Biblia fuera palabra de Dios, dijo una vez con ironía: “Jesús proclamó el Reino y lo que llegó fue la Iglesia”. Aunque él lo dijo como crítica, en realidad tenía razón. El Reino que Jesús anunció quedó materialmente establecido en la Iglesia; vino a iniciar una nueva era pero dejó su administración en manos humanas, como siempre hizo a lo largo de toda la historia de salvación. No son las mejores manos, pero son las únicas que hay si queremos dejar que el hombre siga teniendo libre albedrío.
Al igual que la alianza de Dios con David tardó siglos en materializarse en Jesús, también la Alianza de Jesús con nosotros llevará su tiempo, pero sabemos que al final tendrá debido cumplimiento. Estamos llamados a realizar el Reino de Dios en este mundo, es nuestro deber y nuestra responsabilidad. Que lo hagamos mejor o peor es ya cosa nuestra. Tenemos nuestras limitaciones, pero también tenemos el mensaje de Jesús para inspirarnos en el camino correcto, si queremos hacerle caso.
Si no somos capaces de ver que el Reino de Dios está en proceso, y menos aún a través de su Iglesia, es porque al igual que les ocurría a los judíos de aquella época, nos empeñamos en interpretar el Reino en términos humanos, y aunque el Reino esté aquí, Jesús nos dijo que “mi Reino no es de este mundo”, es algo que actúa en nuestras almas y en nuestra relación con Dios. Nuestra tarea es intentar que ese Reino también se refleje en nuestro mundo de aquí y permee todo, nuestras familias, nuestras relaciones, nuestras sociedades.
Para ir construyendo las bases de ese Reino, Dios nos acompaña espiritualmente, nos dejó su doctrina, y nos dejó al guardián de las llaves, Pedro y sus sucesores, a quienes guía para asegurarse de que esa doctrina no se pervierta. Tal parece el significado de las palabras de Jesús, sobre todo a la luz del texto veterotestamentario paralelo en el que están inspiradas.
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